Cómo el oficial iraquí Salahedin se convirtió en Daniel Galván

Daniel Galván, en el coche patrulla en el que ha sido conducido a la Audiencia Nacional. / MARCIAL GUILLÉN (EFE)

Fuente: Ignacio Cembrero | EL PAÍS
“Tuve que hacer un trabajo arriesgado”. Daniel Galván Viña, de 63 años, el pederasta condenado en Marruecos a 30 años, añadió ayer dosis de misterio a su biografía, pero su vida sigue estando plagada de incógnitas.
Galván declaró en la Audiencia Nacional que durante la invasión de Irak por Estados Unidos él se encontraba allí —estuvo incluso en la célebre cárcel de Abu Ghraib— pero al poco tiempo salió del país para hacer esa labor peligrosa y secreta.
Su paso por la Audiencia arroja nuevos datos, pero no más luz, sobre la vida del imputado al que le cayó la mayor condena por pedofilia jamás pronunciada por un tribunal marroquí.
En el otoño de 2002 dejó su puesto de administrativo —antes había sido becario— en el departamento de relaciones internacionales de la Universidad de Murcia para regresar a su país en vísperas de la intervención estadounidense.
Nació en Basora, en el sur de Irak, el 1 de julio de 1950, y sus padres le pusieron el nombre de Salahedin (íntegro en lo religioso). Apostó, sin embargo, por la carrera militar. Fue oficial del Ejército iraquí al mismo tiempo que regentaba una farmacia.
En 1996 la Universidad de Murcia ofreció becas en su departamento de relaciones internacionales, se presentó y fue contratado por “su conocimiento de idiomas, entre ellos el árabe”, según José Antonio Cobacho rector de ese centro de enseñanza. Su conocimiento del español es, en cambio, deficiente. Se presentó allí como licenciado en biología. En 1999 la beca se convirtió en un contrato de administrativo.
Contrajo además matrimonio con una española, de la que está divorciado, y obtuvo así la nacionalidad. Su deseo de integración o su empeño por borrar el pasado era tal que se cambió el nombre y los apellidos. Salahedin se convirtió en Daniel. En España también se le diagnosticó una esquizofrenia de la que fue tratado.
Tras residir en otros países como Egipto, Siria, Jordania y Reino Unido dio con sus huesos en Kenitra, al norte de Rabat, a mediados de la década pasada “porque le gustaba Marruecos”. Compró incluso un par de pisos. A sus vecinos y, más tarde, al que fue su abogado, se les presentó como catedrático jubilado de ciencias oceanográficas de la Universidad de Murcia, un puesto que nunca desempeñó.
A sus conocimientos lingüísticos añadió en Kenitra el dariya, la modalidad del árabe hablada en Marruecos. En esa lengua se comunicaba con los niños de familias modestas para los que organizó fiestas infantiles. A algunos los contrató también como empleados del servicio doméstico. En total abusó de once niñas y de un niño de entre 3 y 15 años a los que grabó además en vídeo en posiciones obscenas.
En esos barrios marginales no se suelen denunciar los abusos, pero estos llegaron a oídos de Hamid Krayri, un abogado de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos, que animó a las familias a acudir a la justicia.
Krayri se llevó una gran alegría cuando Galván fue condenado, en septiembre de 2011, y se entristeció cuando, el 30 de julio, fue indultado por el rey Mohamed VI. El lunes pasado, el abogado rezumaba de nuevo alegría tras la detención de Galván en Murcia por policías de la Sección de Fugitivos de Madrid, que empezaron ya a vigilarle el pasado sábado, 48 horas después de que regresarse a España vía Ceuta.


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