Vox y el negocio del miedo

Islam en Murcia - 23.12.25 - Abde C.

Diputada de Vox montó el show en la Asamblea de Murcia vestida con niqab para pedir prohibir el hiyab y otras prendas

Debe asumirse, de una vez por todas, una verdad incómoda: haga lo que haga Vox, diga lo que diga Vox, Vox va a seguir creciendo. No importa el disparate, no importa la contradicción, no importa siquiera el escándalo. Si mañana los representantes de la extrema derecha afirmaran que el cielo no es azul, sino marrón, subirían en las encuestas. Si se les pillan estafando dinero de la DANA, también subirían. Si prometen expulsar a millones de inmigrantes en 24 horas, volverían a subir. Da igual. Porque han entendido mejor que nadie cómo funciona el motor político más poderoso de nuestro tiempo: el miedo.

Y el miedo, en una sociedad que objetivamente lo tiene casi todo, es un arma devastadora. España es un país con sanidad pública universal, educación accesible, pensiones, ayudas sociales, infraestructuras y servicios que muchos países de nuestro entorno envidian. Precisamente por eso el miedo cala: porque se convence a parte de la población de que todo eso está amenazado. De que “vienen” a quitártelo. De que los inmigrantes van a colapsar la sanidad, a saturar las escuelas, a vivir de tu trabajo y a arrebatarte unos privilegios que, hasta ahora, dabas por garantizados.

Ese miedo se basa en una gran mentira: la inmigración como amenaza existencial. La idea de que los inmigrantes vienen a robar, a atacar, a no trabajar y a vivir del dinero público. Da igual que te mates a trabajar doce horas al día, que cotices, que pagues impuestos, que montes un negocio, que inviertas en el país, que hables el idioma, que respetes las leyes o que quieras España tanto o más que tu lugar de origen. Para ellos da igual. Te meten en el mismo saco. Y no les importa.

Para que este relato funcione, Vox no ha estado solo. Ha contado con un aliado imprescindible: la derecha tradicional, hoy convertida en la derecha más extrema de Europa. El Partido Popular ha asumido el papel de blanqueador oficial. Da igual lo que digan los barones supuestamente moderados —si es que queda alguno—, ahí está Feijóo para lo que haga falta. Cheque en blanco para la ultraderecha. Qué envidia da ver a la derecha moderada de otros países europeos, capaz de marcar líneas rojas que aquí ya no existen. A todo esto se suma una red de apoyos poderosos, mediáticos y económicos, gente influyente que amplifica el mensaje. La fórmula perfecta.

El miedo se construye también desde los titulares. El otro día me apareció una noticia en un conocido medio digital: Interior oculta un ataque yihadista en Murcia. El titular añadía algo así como: “Un marroquí ataca a unos policías al grito de ‘Allah es grande’”. Entré por curiosidad. La noticia incluía un vídeo. Pinché. Por un momento pensé que mi móvil se había estropeado o que no me funcionaban los botones de subir volumen: no se escuchaba nada. Luego me di cuenta de que el vídeo era completamente en silencio. Así que tuve que fiarme de que en ese medio había expertos capaces de leer los labios en un video grabado a lo lejos por una cámara en un parking, y confirmar que aquel hombre era yihadista y había gritado exactamente eso. Da igual la falta de pruebas. El mensaje ya estaba sembrado. Ese es el miedo del que hablamos.

Luego están los tertulianos, los analistas de plató, los expertos en métricas y gráficos que intentan explicar el “fenómeno Vox” con conceptos abstractos. Pero uno sospecha que muchos no han pisado un bar de barrio, ni un café de pueblo, ni han escuchado ciertas conversaciones cotidianas. Allí no se habla de macroeconomía ni de geopolítica. Allí solo importa “echar al moro”, que se vaya Pedro Sánchez, los menas, las ayudas, y poco más. ¿Quién capitaliza ese odio y ese miedo? Vox ¿Quién lo convierte en discurso político a medida? Vox.

Lo curioso es que cuando a esa misma gente se le pide que justifique ese odio, se quedan en blanco. Cuando se les pide tres razones concretas por las que creen que España esté hoy peor que hace unos años, el silencio es casi siempre la respuesta. No hay datos, no hay argumentos, solo sensaciones. Sensaciones cuidadosamente alimentadas.

Quizá la única forma de que el fenómeno Vox se apague sea dejarlos gobernar. Que gobiernen en coalición con el PP, con Abascal como vicepresidente. Que gestionen. Que se enfrenten a la realidad. Y que quede claro lo que realmente son: una enorme estafa política. Ahí queda.

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