Fuente: el pais.com 20.12.11
Foto: Museo Arqueológico Regional de Madrid
Han transcurrido trece siglos. Pero muchos enigmas de entonces permanecen aún en la penumbra de lo ignorado. Una exposición instalada en el Museo Arqueológico Regional de Alcalá de Henares, inaugurada el viernes por Esperanza Aguirre, trata de proyectar luz sobre aquellos misterios todavía presentes. Inscripciones y lápidas; coronas y cruces; monedas y enseres domésticos; más proyecciones y videos narrativos sobre aquel tiempo oscuro, permiten al visitante regresar a un pasado que no ha dejado de trepidar en aulas y gabinetes, academias y universidades. Su complejidad lo convierte, también hoy, en foco de polémica.
Es el año 711 de nuestra era. Una dinastía de reyes visigodos reina en la península ibérica. También allende los Pirineos, en la legendaria Septimania. Gobierna Witiza, hijo de Egica, del linaje de Chindasvinto. A su espalda, una corte de ambiciosos nobles urde sordas conjuras. Reyes y duques se enzarzan en feroces guerras dinásticas, intestinas. Corre lasangre.
Extramuros de los palacios, la peste cercena miles de vidas jóvenes. El hambre vaga por los campos dejando su estela de muerte y desolación. Por si faltaba algún peligro, el juvenil y lujurioso rey acecha a una hija del conde Don Julián: ese altivo gobernador visigodo de Ceuta, la perla litoral enclavada al otro lado del Estrecho.
El honor visigodo, de estirpe germánica, entra en juego. Tierra africana adentro,el conde airado escucha el resonar de los cascos de centenares de corceles de guerreros. Traen hacia Europa, desde el Sur y el Este, un mensaje custodiado por afilados alfanjes, envuelto en estandartes verdes y negros: es el Islam. Aquel tropel de jinetes viene empujando desde los desiertos de Arabia. En apenas sesenta años ha conquistado Yemen, Siria, Palestina, Persia, Irak, Egipto, Libia, Túnez y casi todo Marruecos. Hablan de un profeta que escuchó el mensaje divino en una cueva del desierto: Muhamad. Con su nombre en los labios se aprestan a saltar a la península. El conde Julián, ultrajado por Witiza y rival de Rodrigo, se dispone a colaborar con los recién llegados. Sabe muy poco de la nueva fe que llevan consigo. Cree que la oferta de un botín pingüe y unos cuantos saqueos calmará el apetito de los fogosos jinetes y que pronto regresarán a sus lares. Craso error.
Una primera intentona lleva a 400 musulmanes de Ceuta a las playas de Cádiz. Les sale al encuentro Rodrigo, duque de la Bética, una de las siete provincias del reino visigodo. El duque, aspirante a suceder al recién fallecido Witiza, los contiene y expulsa. Pero debe acudir raudo al noreste peninsular, donde supar, Agila, le disputa el cetro en Cataluña –gotha-land, también tierra de godos.
Pero los sarracenos han aprendido la lección. Saben que cuentan con el conde Julián, con el obispo Oppas, hermano de Witiza, y muchos otros nobles que no quieren a Rodrigo como rey. El Profeta necesita más hombres. Y se reclutan entre los bereberes recién convertidos a la nueva fe. Ya son 12.000 combatientes. Al grito de Bishmillah e Rahmani e Rahim, “En el Nombre del Dios Clemente y Misericordioso”, Tarik cruza el Estrecho de Gibraltar –Gebel Tarik- y sus hombres se despliegan en torno a la laguna gaditana de La Janda, entre Alegeciras y Tarifa. Rodrigo les sale al paso revestido de sus joyas, blandiendo espada curtida en cien combates. El choque es atroz.
Grupos de nobles abandonan atropelladamente a Rodrigo. Es cercado, alanceado y perece en las marismas; su cuerpo nunca fue hallado. Tariq ibn Zayid, comandante de los sarracenos, prosigue su avance hacia Sevilla, Córdoba y luego hacia Granada y Murcia. Tan solo unos meses después, las tropas de Alá cercanToledo.
¿Cómo fue posible que un destacamento de no más de 12.000 guerreros musulmanes lograra en apenas unos meses adentrarse desde Gibraltar hasta Toledo, subir luego hasta Galicia, Aragón y Cataluña, incluso adentrarse en pirenaica Septimania y someter por completo un reino trabado y asentado como el de la Hispania visigótica.
A muchas de estas preguntas da respuesta la exposición alcalaína, que explica la bisagra epocal que desde el declinar del imperio visigodo, en los albores del sigloVIII, asistió a la impetuosa y duradera entrada al Islam en España, para imponer y mantener aquí, en su Al Andalus, su visión del mundo y ocho siglos de poder. A diferencia de todos los otros países conquistados por el Islam, escribe el comisario de la exposición Luis García Moreno, España pudo, 800 años después de aquellos hechos, rehacer su identidad y lanzarse a encontrar otro mundo en la América de allende el océano.
El fascinante argumento de la exposición 711, Arqueología e historia entre dos mundos, se despliega hasta el próximo mes de abril en el museo que algunos llaman ya la Casa de los Arqueólogos, que dirige el paleontólogo Enrique Baquedano. Para mostrarla, pocos escenarios hay mejores que la villa alcalaína, con su paisaje presidido por la vieja ciudadela, Al Qalat, encaramada todavía sobre la prominente loma que domina la ciudad complutense y cuya etimología revela allí la presencia de un importante feudo militar musulmán del siglo IX.
Llama la atención una inscripción lapidaria sobre mármol, de grandes dimensiones, que data del siglo IX, año 835, la primera relativa a una institución civil, procedente de la alcazaba de Mérida y escrita en misteriosos caracteres cúficos.
Deslumbra la magnificente orfebrería de las coronas votivas visigóticas, semejantes a las del tesoro de Guarrazar, con sus joyas engastadas, sus cruces, macollas y anillas, que no coronaban las testas de los reyes sino que se colgaban entre columnas y frente a altares de los templos como ofrendas regias. Cerámica, pilas, lápidas, moldes, campanas, porta-candiles, cruces, epigrafías, numerosos otros objetos de gran valorarqueológico procedentes de más de veinte entidades prestatarias y de cientos de excavaciones, completan la exposición, que culmina con un cuidadoso catálogo dirigido por el comisario de la muestra, catedrático en Alcalá de Henares Luis A. García Moreno, y con dos tomos monográficos de Zona Arqueológica. Esta publicación que la acompaña, que da fe de las numerosas investigaciones, excavaciones y trabajos acometidos por decenas de estudiosos, desde José y Rodrigo Amador de los Ríos, en el siglo XIX, a Manuel Gómez Moreno o Juan Zozaya Stabel-Hansen, en el XX y sin olvidar al gaditano Rafael Manzano, ni a la jovencísima generación de arqueólogos que mantiene hoy sin pausa el compomiso de su legado, a la intemperie,bajo la siempre fértil cota de un suelo cargado de tesoros.
Martes a sábados de 11.00 a 19.00. Domingos hasta las 15.00. Lunes cerrado. Acceso libre. Hasta el 1 de abril. Museo Arqueológico Regional. Plaza de las Bernardas s/n. Alcalá de Henares
Foto: Museo Arqueológico Regional de Madrid
Han transcurrido trece siglos. Pero muchos enigmas de entonces permanecen aún en la penumbra de lo ignorado. Una exposición instalada en el Museo Arqueológico Regional de Alcalá de Henares, inaugurada el viernes por Esperanza Aguirre, trata de proyectar luz sobre aquellos misterios todavía presentes. Inscripciones y lápidas; coronas y cruces; monedas y enseres domésticos; más proyecciones y videos narrativos sobre aquel tiempo oscuro, permiten al visitante regresar a un pasado que no ha dejado de trepidar en aulas y gabinetes, academias y universidades. Su complejidad lo convierte, también hoy, en foco de polémica.
Es el año 711 de nuestra era. Una dinastía de reyes visigodos reina en la península ibérica. También allende los Pirineos, en la legendaria Septimania. Gobierna Witiza, hijo de Egica, del linaje de Chindasvinto. A su espalda, una corte de ambiciosos nobles urde sordas conjuras. Reyes y duques se enzarzan en feroces guerras dinásticas, intestinas. Corre lasangre.
Extramuros de los palacios, la peste cercena miles de vidas jóvenes. El hambre vaga por los campos dejando su estela de muerte y desolación. Por si faltaba algún peligro, el juvenil y lujurioso rey acecha a una hija del conde Don Julián: ese altivo gobernador visigodo de Ceuta, la perla litoral enclavada al otro lado del Estrecho.
El honor visigodo, de estirpe germánica, entra en juego. Tierra africana adentro,el conde airado escucha el resonar de los cascos de centenares de corceles de guerreros. Traen hacia Europa, desde el Sur y el Este, un mensaje custodiado por afilados alfanjes, envuelto en estandartes verdes y negros: es el Islam. Aquel tropel de jinetes viene empujando desde los desiertos de Arabia. En apenas sesenta años ha conquistado Yemen, Siria, Palestina, Persia, Irak, Egipto, Libia, Túnez y casi todo Marruecos. Hablan de un profeta que escuchó el mensaje divino en una cueva del desierto: Muhamad. Con su nombre en los labios se aprestan a saltar a la península. El conde Julián, ultrajado por Witiza y rival de Rodrigo, se dispone a colaborar con los recién llegados. Sabe muy poco de la nueva fe que llevan consigo. Cree que la oferta de un botín pingüe y unos cuantos saqueos calmará el apetito de los fogosos jinetes y que pronto regresarán a sus lares. Craso error.
Una primera intentona lleva a 400 musulmanes de Ceuta a las playas de Cádiz. Les sale al encuentro Rodrigo, duque de la Bética, una de las siete provincias del reino visigodo. El duque, aspirante a suceder al recién fallecido Witiza, los contiene y expulsa. Pero debe acudir raudo al noreste peninsular, donde supar, Agila, le disputa el cetro en Cataluña –gotha-land, también tierra de godos.
Pero los sarracenos han aprendido la lección. Saben que cuentan con el conde Julián, con el obispo Oppas, hermano de Witiza, y muchos otros nobles que no quieren a Rodrigo como rey. El Profeta necesita más hombres. Y se reclutan entre los bereberes recién convertidos a la nueva fe. Ya son 12.000 combatientes. Al grito de Bishmillah e Rahmani e Rahim, “En el Nombre del Dios Clemente y Misericordioso”, Tarik cruza el Estrecho de Gibraltar –Gebel Tarik- y sus hombres se despliegan en torno a la laguna gaditana de La Janda, entre Alegeciras y Tarifa. Rodrigo les sale al paso revestido de sus joyas, blandiendo espada curtida en cien combates. El choque es atroz.
Grupos de nobles abandonan atropelladamente a Rodrigo. Es cercado, alanceado y perece en las marismas; su cuerpo nunca fue hallado. Tariq ibn Zayid, comandante de los sarracenos, prosigue su avance hacia Sevilla, Córdoba y luego hacia Granada y Murcia. Tan solo unos meses después, las tropas de Alá cercanToledo.
¿Cómo fue posible que un destacamento de no más de 12.000 guerreros musulmanes lograra en apenas unos meses adentrarse desde Gibraltar hasta Toledo, subir luego hasta Galicia, Aragón y Cataluña, incluso adentrarse en pirenaica Septimania y someter por completo un reino trabado y asentado como el de la Hispania visigótica.
A muchas de estas preguntas da respuesta la exposición alcalaína, que explica la bisagra epocal que desde el declinar del imperio visigodo, en los albores del sigloVIII, asistió a la impetuosa y duradera entrada al Islam en España, para imponer y mantener aquí, en su Al Andalus, su visión del mundo y ocho siglos de poder. A diferencia de todos los otros países conquistados por el Islam, escribe el comisario de la exposición Luis García Moreno, España pudo, 800 años después de aquellos hechos, rehacer su identidad y lanzarse a encontrar otro mundo en la América de allende el océano.
El fascinante argumento de la exposición 711, Arqueología e historia entre dos mundos, se despliega hasta el próximo mes de abril en el museo que algunos llaman ya la Casa de los Arqueólogos, que dirige el paleontólogo Enrique Baquedano. Para mostrarla, pocos escenarios hay mejores que la villa alcalaína, con su paisaje presidido por la vieja ciudadela, Al Qalat, encaramada todavía sobre la prominente loma que domina la ciudad complutense y cuya etimología revela allí la presencia de un importante feudo militar musulmán del siglo IX.
Llama la atención una inscripción lapidaria sobre mármol, de grandes dimensiones, que data del siglo IX, año 835, la primera relativa a una institución civil, procedente de la alcazaba de Mérida y escrita en misteriosos caracteres cúficos.
Deslumbra la magnificente orfebrería de las coronas votivas visigóticas, semejantes a las del tesoro de Guarrazar, con sus joyas engastadas, sus cruces, macollas y anillas, que no coronaban las testas de los reyes sino que se colgaban entre columnas y frente a altares de los templos como ofrendas regias. Cerámica, pilas, lápidas, moldes, campanas, porta-candiles, cruces, epigrafías, numerosos otros objetos de gran valorarqueológico procedentes de más de veinte entidades prestatarias y de cientos de excavaciones, completan la exposición, que culmina con un cuidadoso catálogo dirigido por el comisario de la muestra, catedrático en Alcalá de Henares Luis A. García Moreno, y con dos tomos monográficos de Zona Arqueológica. Esta publicación que la acompaña, que da fe de las numerosas investigaciones, excavaciones y trabajos acometidos por decenas de estudiosos, desde José y Rodrigo Amador de los Ríos, en el siglo XIX, a Manuel Gómez Moreno o Juan Zozaya Stabel-Hansen, en el XX y sin olvidar al gaditano Rafael Manzano, ni a la jovencísima generación de arqueólogos que mantiene hoy sin pausa el compomiso de su legado, a la intemperie,bajo la siempre fértil cota de un suelo cargado de tesoros.
Martes a sábados de 11.00 a 19.00. Domingos hasta las 15.00. Lunes cerrado. Acceso libre. Hasta el 1 de abril. Museo Arqueológico Regional. Plaza de las Bernardas s/n. Alcalá de Henares
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