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Hace un par de meses, cuando comenzaron las protestas sociales en Marruecos para pedir más democracia liberal, en la sombra se cernían profundos cambios que afectaban directamente a la vida de millones de marroquíes. Una nueva ley entraba en vigor en Marzo. A partir de este mes, para cobrar un cheque en Marruecos hay que abrir una cuenta de banco. Puede parecer baladí, pero el asunto tiene muchas connotaciones. Sin entrar en las consideraciones morales que supone esta operación económica para muchos musulmanes, creyentes y ciudadanos en general, establecer un depósito en una entidad financiera para una necesidad básica (cobrar el sueldo), supone un impuesto privado obligatorio y una tediosa complicación para muchas familias marroquíes, a la par que un goloso regalo, por decreto, para las entidades bancarias.
Los bancos en esta parte del Magreb, al igual que en casi todo el mundo, viven de las rentas, valga la redundancia. Sirva como paradigma el caso de dos ciudadanos. Mustafa abrió una cuenta hace un tiempo para transferir dinero a su escuela privada. Cuando terminó sus estudios la dejó “bajo mínimos”. El otro día recibió un mensaje de improvisto. Debía unos cien euros a su banco. Una suma importante por estas latitudes, y más para un parado sin recursos. El joven arguyó ignorancia sobre el tema de las nuevas comisiones, y cuando vio la esterilidad de su defensa pidió un indulto por precariedad, pero fue en balde, los bancos no negocian como el Rey, y uno siempre está en deuda con ellos.
El señor Mustafa tiene que pagar las famosas comisiones por “mantenimiento de cuenta”, que ya se han instalado en el Magreb para quedarse, provocando situaciones dramáticas. Su padre, Abdelhaq, un hombre tradicional que se había librado de ingresar céntimo alguno en toda su vida en cualquier institución capitalista ha tenido que claudicar también hace poco. Cobra una pensión de invalidez que apenas llega a 30 euros. Desde hace años, como cada mes, enviaba a su hijo a la oficina de la seguridad social para reclamar el cheque correspondiente (pues tiene cojera y le cuesta caminar). Pero el mes pasado algo cambió. “Ahora para cobrarlo tienes que ingresarlo primero”, le dijeron. Aquí empezaron los disgustos. Como buen musulmán que es, Abdelhaq es contrario a la usura. Por ello evitaba tener que vérselas con los usureros por antonomasia. Y hasta hace poco lo había conseguido. Pero eso se acabó. Da igual que vaya contra el espíritu del Islam en un país supuestamente islámico, en cuestiones de dinero, la globalización vence a la sharia, y Marruecos no iba a ser la excepción. A partir de ahora el viejo cojo tiene que dirigirse personalmente a la oficina más cercana (a varios kilómetros sin posibilidad de transporte público) para cobrar sus 30 euros mensuales, de los cuales le retienen, por poseer cuenta con “derecho a cheque”, casi dos, más otra tasa por emisión, sin contar las comisiones anuales.
Estas historias son el pan de cada día en los países “avanzados”, cuyos ciudadanos están acostumbrados a subyugarse a la ley del diezmo financiero, pero son algo nuevo para un marroquí. “¿No entiendo porqué he de pagar?” se pregunta Mustafa, “¿Qué servicio me han ofrecido? ¿Qué es exactamente lo que les debo?”. Estas paradojas se dan ya por omitidas en el norte “liberalizado”, por haberse convertido en ecos que rebotan y vuelven sobre sí mismos aumentando la angustia del desamparado. Sin embargo, aquí surgen con refrescada intensidad, al igual que el niño no se contenta con que le digan que algo es así porque sí, sino que ansía una razón ineludible. “¿Por qué es obligatorio tener una cuenta para cobrar lo que me corresponde? Nos dicen que es para facilitarnos las cosas, pero a mí no me ha traído más que perjuicios. Antes todo era más sencillo, la gente vivía con lo justo y los bancos sólo eran para ricos, pero ahora si no tienes el dinero allí, no tienes nada”, se queja el viejo faquir con resignación. No entiende lo que pasa, como muchos otros, no sabe que es la economía de mercado, aunque haya sido comerciante en el zoco. Sabe que nunca podrá visitar a su familia en Europa, pero que aquí deambulan cada día más turistas. Y sabe que antes de su trabajo obtenía remuneración y ahora la retribución a su trabajo vuela sobre su cabeza y una parte “se desvanece”. Entonces Abdelhaq me saca a colación un viejo proverbio árabe que viene a decir aquello de “más vale pájaro (o billete en mano), que ciento volando”.
Entre tanto, miles de marroquíes han empezado a abrir sus primeras cuentas de banco, muchas en sucursales relacionadas con el Santander, que acompaña el esfuerzo liberalizador de los llamados países emergentes, dispuesto a “echar una mano” en la difícil tarea de levantar pesas financieras impuestas desde fuera. La revolución, el cambio, la modernidad que reclaman muchos marroquíes ya ha llegado. Pero no es televisada, no sale a la calle, está tras despachos con cristales plateados; no grita, es silenciosa; no se da un apretón de manos consensuado, pero aprieta poco a poco con distensión; no necesita constitución, porque se da por hecha; no llama a la puerta, pero es la primera factura que llega antes siquiera de encender la luz. En Marruecos habrá reformas y nueva carta magna, y nuevos ministros y nuevos partidos y nuevas voces. Y mientras el poder pasa de unos a otros en el escaparate, en la trastienda se vende la mercancía con altos intereses y comisiones. Hasta que un día de crisis, a un gobierno de turno, da igual cual, le exigirán de sopetón que abone. Y éste sacará de los ciudadanos los fondos para quienes le sostienen. Es decir, la gente “donará” dinero a los bancos para que éstos se lo presten a su vez, con intereses. Esto en la picaresca española tiene un nombre: timo. Pero éste es de dimensión mundial.
Pero las protestas van por otros cauces. Los súbditos reclaman reformas, quieren nuevos soberanos y menos poder real. Sus deseos parecen cumplirse y sus nuevas majestades venidas de occidente les traen menos soberanía real, menos disponibilidad de su capital y más incapacidad sobre su bienestar. Mientras todos miran el portal, el ladrón desvalija por detrás. Dice un viejo adagio latino vulgus vult decipi (el pueblo quiere ser engañado). Ayer en facebook, hoy en la calle, lo están pidiendo a gritos.
Hace un par de meses, cuando comenzaron las protestas sociales en Marruecos para pedir más democracia liberal, en la sombra se cernían profundos cambios que afectaban directamente a la vida de millones de marroquíes. Una nueva ley entraba en vigor en Marzo. A partir de este mes, para cobrar un cheque en Marruecos hay que abrir una cuenta de banco. Puede parecer baladí, pero el asunto tiene muchas connotaciones. Sin entrar en las consideraciones morales que supone esta operación económica para muchos musulmanes, creyentes y ciudadanos en general, establecer un depósito en una entidad financiera para una necesidad básica (cobrar el sueldo), supone un impuesto privado obligatorio y una tediosa complicación para muchas familias marroquíes, a la par que un goloso regalo, por decreto, para las entidades bancarias.
Los bancos en esta parte del Magreb, al igual que en casi todo el mundo, viven de las rentas, valga la redundancia. Sirva como paradigma el caso de dos ciudadanos. Mustafa abrió una cuenta hace un tiempo para transferir dinero a su escuela privada. Cuando terminó sus estudios la dejó “bajo mínimos”. El otro día recibió un mensaje de improvisto. Debía unos cien euros a su banco. Una suma importante por estas latitudes, y más para un parado sin recursos. El joven arguyó ignorancia sobre el tema de las nuevas comisiones, y cuando vio la esterilidad de su defensa pidió un indulto por precariedad, pero fue en balde, los bancos no negocian como el Rey, y uno siempre está en deuda con ellos.
El señor Mustafa tiene que pagar las famosas comisiones por “mantenimiento de cuenta”, que ya se han instalado en el Magreb para quedarse, provocando situaciones dramáticas. Su padre, Abdelhaq, un hombre tradicional que se había librado de ingresar céntimo alguno en toda su vida en cualquier institución capitalista ha tenido que claudicar también hace poco. Cobra una pensión de invalidez que apenas llega a 30 euros. Desde hace años, como cada mes, enviaba a su hijo a la oficina de la seguridad social para reclamar el cheque correspondiente (pues tiene cojera y le cuesta caminar). Pero el mes pasado algo cambió. “Ahora para cobrarlo tienes que ingresarlo primero”, le dijeron. Aquí empezaron los disgustos. Como buen musulmán que es, Abdelhaq es contrario a la usura. Por ello evitaba tener que vérselas con los usureros por antonomasia. Y hasta hace poco lo había conseguido. Pero eso se acabó. Da igual que vaya contra el espíritu del Islam en un país supuestamente islámico, en cuestiones de dinero, la globalización vence a la sharia, y Marruecos no iba a ser la excepción. A partir de ahora el viejo cojo tiene que dirigirse personalmente a la oficina más cercana (a varios kilómetros sin posibilidad de transporte público) para cobrar sus 30 euros mensuales, de los cuales le retienen, por poseer cuenta con “derecho a cheque”, casi dos, más otra tasa por emisión, sin contar las comisiones anuales.
Estas historias son el pan de cada día en los países “avanzados”, cuyos ciudadanos están acostumbrados a subyugarse a la ley del diezmo financiero, pero son algo nuevo para un marroquí. “¿No entiendo porqué he de pagar?” se pregunta Mustafa, “¿Qué servicio me han ofrecido? ¿Qué es exactamente lo que les debo?”. Estas paradojas se dan ya por omitidas en el norte “liberalizado”, por haberse convertido en ecos que rebotan y vuelven sobre sí mismos aumentando la angustia del desamparado. Sin embargo, aquí surgen con refrescada intensidad, al igual que el niño no se contenta con que le digan que algo es así porque sí, sino que ansía una razón ineludible. “¿Por qué es obligatorio tener una cuenta para cobrar lo que me corresponde? Nos dicen que es para facilitarnos las cosas, pero a mí no me ha traído más que perjuicios. Antes todo era más sencillo, la gente vivía con lo justo y los bancos sólo eran para ricos, pero ahora si no tienes el dinero allí, no tienes nada”, se queja el viejo faquir con resignación. No entiende lo que pasa, como muchos otros, no sabe que es la economía de mercado, aunque haya sido comerciante en el zoco. Sabe que nunca podrá visitar a su familia en Europa, pero que aquí deambulan cada día más turistas. Y sabe que antes de su trabajo obtenía remuneración y ahora la retribución a su trabajo vuela sobre su cabeza y una parte “se desvanece”. Entonces Abdelhaq me saca a colación un viejo proverbio árabe que viene a decir aquello de “más vale pájaro (o billete en mano), que ciento volando”.
Entre tanto, miles de marroquíes han empezado a abrir sus primeras cuentas de banco, muchas en sucursales relacionadas con el Santander, que acompaña el esfuerzo liberalizador de los llamados países emergentes, dispuesto a “echar una mano” en la difícil tarea de levantar pesas financieras impuestas desde fuera. La revolución, el cambio, la modernidad que reclaman muchos marroquíes ya ha llegado. Pero no es televisada, no sale a la calle, está tras despachos con cristales plateados; no grita, es silenciosa; no se da un apretón de manos consensuado, pero aprieta poco a poco con distensión; no necesita constitución, porque se da por hecha; no llama a la puerta, pero es la primera factura que llega antes siquiera de encender la luz. En Marruecos habrá reformas y nueva carta magna, y nuevos ministros y nuevos partidos y nuevas voces. Y mientras el poder pasa de unos a otros en el escaparate, en la trastienda se vende la mercancía con altos intereses y comisiones. Hasta que un día de crisis, a un gobierno de turno, da igual cual, le exigirán de sopetón que abone. Y éste sacará de los ciudadanos los fondos para quienes le sostienen. Es decir, la gente “donará” dinero a los bancos para que éstos se lo presten a su vez, con intereses. Esto en la picaresca española tiene un nombre: timo. Pero éste es de dimensión mundial.
Pero las protestas van por otros cauces. Los súbditos reclaman reformas, quieren nuevos soberanos y menos poder real. Sus deseos parecen cumplirse y sus nuevas majestades venidas de occidente les traen menos soberanía real, menos disponibilidad de su capital y más incapacidad sobre su bienestar. Mientras todos miran el portal, el ladrón desvalija por detrás. Dice un viejo adagio latino vulgus vult decipi (el pueblo quiere ser engañado). Ayer en facebook, hoy en la calle, lo están pidiendo a gritos.
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