El séptimo aniversario del peor atentado terrorista que ha sufrido este país irrumpe en un momento delicado tanto para España como para la comunidad internacional, y sin que la herida provocada por aquella tragedia haya cicatrizado políticamente por completo. La sola lectura de la prensa española de hoy lo atestigua.
Si se efectúa un cierto sobrevuelo para adquirir la necesaria perspectiva para un análisis político que trascienda del gigantesco drama humano, se llegará probablemente a la conclusión de que, de un lado, Occidente en general y España en particular han aprendido a protegerse contra las amenazas islamistas y, de otro lado, el islamismo radical, emergente en 2004 en todo el mundo, está más bien en retirada, confinado en sus refugios asiáticos, desacreditado en Irán y desdeñado por las juventudes revolucionarias que están exigiendo democracia y libertad en la inmensa mayoría de los países árabes.
Redes terroristas
Curiosamente, el 11-S, que golpeó en el corazón de los Estados Unidos, fue visto desde Europa como un problema particular de la potencia hegemónica y no se tomaron las debidas precauciones, a pesar de que la guerra de Irak enardeció los ánimos y dio coartadas a los islamistas radicales. Tuvo que llegar el 11-M español para que los servicios de inteligencia y las policías occidentales se movilizaran y multiplicaran hasta conseguir un control exhaustivo de las redes terroristas y de sus fuentes de abastecimiento. Hoy, todo indica que nuestro nivel de seguridad con respecto a esta amenaza es muy alto, aunque, como es natural, nunca pueda ser absoluto.
Resuelto este problema, a los españoles nos queda todavía el resquemor marginal provocado por las consecuencias de aquella tragedia. Como es bien conocido, setenta y dos horas después de cometerse el múltiple atentado, el electorado provocaba la alternancia en las urnas. Rajoy, al frente de un partido que había gobernado con mayoría absoluta, debía dejar paso al emergente Partido Socialista.
No es dudoso que el horrendo crimen influyó, como es natural, en la voluntad colectiva, aunque es altamente aventurado calibrar cuánto, de qué modo y por qué razones. De todos modos, al poco tiempo de las investigaciones policiales, que provocaron la inmolación colectiva de varios autores de la matanza en Leganés, lo ocurrido ya no arrojaba dudas razonables.
Sin embargo, la "teoría de la conspiración", al amparo del perverso 'cui prodest' -a quién beneficia-, continúa transitando por zonas de la caverna mediática y todavía sostiene que existieron complicidades ignotas entre los islamistas y ETA, e incluso connivencias entre policías socialistas y terroristas, pero ya no es más que diarrea intelectual de resentidos o iluminados.
De cualquier modo, aquel 11-M recupera en estos días su amenazante actualidad a la vista de los sucesos del Norte de África. España no sólo es vecina del hervidero del Magreb sino territorio irredento para el islamismo más extremo. Y lo que allí suceda nos acabará afectando antes o después. Es muy probable que estemos en condiciones de prevenir nuevos 11-M, pero no lo es en absoluto que estemos preparados para asimilar y gestionar los grandes cambios que la democratización del Sur provocará en la región. Para lo bueno y para lo malo.
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