Fuente: abc.es (16/1/2011)
La franquicia terrorista de Bin Laden trata de afianzar su mensaje entre los opositores a las autocracias del Magreb.
El emir jefe de Al Qaida del Magreb Islámico (AQMI), Abdelmalek Droukdel, que quiere ser el perejil de todas las salsas, ya ha saltado a la palestra para apoyar a través de un mensaje en vídeo las revueltas que están teniendo lugar contra los gobiernos de Túnez y Argelia. AQMI sigue siendo la principal banda terrorista del norte de África y la mayor preocupación para la estabilidad en la zona. Los esbirros de Bin Laden, salidos del antiguo Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC) argelino y con yihadistas en sus filas formados en Afganistán o Irak, han sido capaces de reclutar cada vez a más adeptos de distintas nacionalidades. Ya no es abrumadora la mayoría de árabes entre sus filas.
Sus dominios y zonas de influencia también se han visto ampliados sin que a sus estrategas les importe las rayas fronterizas: el Magreb, el Sahel y, ahora, llegan incluso hasta Nigeria, el país más poblado del continente. Sus actividades son diversas. Controlan todo tipo de tráficos ilícitos en la zona —en especial el de la cocaína que llega de América— y han hecho de la industria del secuestro de occidentales una de sus principales fuentes de financiación.
Además, y esto es visto como uno de los principales peligros, cada vez se sienten más preparados para golpear en puntos más vigilados y supuestamente seguros como las capitales de los países en los que se asientan sus células.
En el Sahara Occidental
Por un lado, los terroristas están ganando la partida a los Gobiernos y Ejércitos locales, que sólo ahora empiezan a comprender que es necesaria la colaboración entre ellos para hacer frente a la amenaza de manera efectiva. En cualquier caso, dos pesos pesados como Marruecos y Argelia, enfrentados por el conflicto del Sahara Occidental, siguen sin llegar a un nivel mínimo de cooperación en la materia, lo que es visto con preocupación especialmente en Europa y EE.UU. El reino alauí acaba de reconocer que varios de sus militares eran los que permitían a delincuentes de la región traficar con armas por la zona que controla Rabat en el Sahara Occidental.
Por otro lado, AQMI también gana la partida a Occidente con la permanente amenaza a sus ciudadanos en la región y con la presencia en Europa de representantes esperando oportunidades para realizar atentados o recaudando fondos para la causa yihadista. ¿Cuánto más hay que elevar el grado de alerta para los extranjeros después del secuestro el 7 de enero en un restaurante de Niamey y posterior asesinato el día 8 de dos franceses?
El secuestro a finales de 2009 de tres cooperantes españoles en Mauritania se resolvió de manera satisfactoria para las víctimas pese a que Albert Vilalta y Roque Pascual —Alicia Gámez fue liberada en marzo— permanecieron en manos de los terroristas hasta finales de agosto. Habían batido así el récord de permanencia con los terroristas. Pero también se resolvió de manera satisfactoria para la banda, pues España tuvo que pagar una importante suma de dinero a los captores para que los soltaran. Era la primera vez que Al Qaida secuestraba a españoles y esos nueve meses de negociaciones supusieron la prueba de fuego para las Fuerzas de Seguridad y los servicios de inteligencia españoles, que desde entonces ven la región con otros ojos.
La franquicia terrorista de Bin Laden trata de afianzar su mensaje entre los opositores a las autocracias del Magreb.
El emir jefe de Al Qaida del Magreb Islámico (AQMI), Abdelmalek Droukdel, que quiere ser el perejil de todas las salsas, ya ha saltado a la palestra para apoyar a través de un mensaje en vídeo las revueltas que están teniendo lugar contra los gobiernos de Túnez y Argelia. AQMI sigue siendo la principal banda terrorista del norte de África y la mayor preocupación para la estabilidad en la zona. Los esbirros de Bin Laden, salidos del antiguo Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC) argelino y con yihadistas en sus filas formados en Afganistán o Irak, han sido capaces de reclutar cada vez a más adeptos de distintas nacionalidades. Ya no es abrumadora la mayoría de árabes entre sus filas.
Sus dominios y zonas de influencia también se han visto ampliados sin que a sus estrategas les importe las rayas fronterizas: el Magreb, el Sahel y, ahora, llegan incluso hasta Nigeria, el país más poblado del continente. Sus actividades son diversas. Controlan todo tipo de tráficos ilícitos en la zona —en especial el de la cocaína que llega de América— y han hecho de la industria del secuestro de occidentales una de sus principales fuentes de financiación.
Además, y esto es visto como uno de los principales peligros, cada vez se sienten más preparados para golpear en puntos más vigilados y supuestamente seguros como las capitales de los países en los que se asientan sus células.
En el Sahara Occidental
Por un lado, los terroristas están ganando la partida a los Gobiernos y Ejércitos locales, que sólo ahora empiezan a comprender que es necesaria la colaboración entre ellos para hacer frente a la amenaza de manera efectiva. En cualquier caso, dos pesos pesados como Marruecos y Argelia, enfrentados por el conflicto del Sahara Occidental, siguen sin llegar a un nivel mínimo de cooperación en la materia, lo que es visto con preocupación especialmente en Europa y EE.UU. El reino alauí acaba de reconocer que varios de sus militares eran los que permitían a delincuentes de la región traficar con armas por la zona que controla Rabat en el Sahara Occidental.
Por otro lado, AQMI también gana la partida a Occidente con la permanente amenaza a sus ciudadanos en la región y con la presencia en Europa de representantes esperando oportunidades para realizar atentados o recaudando fondos para la causa yihadista. ¿Cuánto más hay que elevar el grado de alerta para los extranjeros después del secuestro el 7 de enero en un restaurante de Niamey y posterior asesinato el día 8 de dos franceses?
El secuestro a finales de 2009 de tres cooperantes españoles en Mauritania se resolvió de manera satisfactoria para las víctimas pese a que Albert Vilalta y Roque Pascual —Alicia Gámez fue liberada en marzo— permanecieron en manos de los terroristas hasta finales de agosto. Habían batido así el récord de permanencia con los terroristas. Pero también se resolvió de manera satisfactoria para la banda, pues España tuvo que pagar una importante suma de dinero a los captores para que los soltaran. Era la primera vez que Al Qaida secuestraba a españoles y esos nueve meses de negociaciones supusieron la prueba de fuego para las Fuerzas de Seguridad y los servicios de inteligencia españoles, que desde entonces ven la región con otros ojos.
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