Es un absurdo arquitectónico. Justo al sur de la Gran Mezquita, en La Meca, el sitio musulmán más sagrado, se yergue una versión kitsch del Big Ben de Londres. Llamada la Royal Mecca Clock Tower, será uno de los edificios más altos del mundo, la pieza central de un complejo que alberga un centro comercial pantagruélico, un hotel de 800 habitaciones y una sala de oración para varios miles de personas.
Su forma musculosa, una descarada imitación del original, ampliado en una escala grotesca, estará decorada con inscripciones arábigas, y rematada por una aguja en forma de media luna, un gesto que parece una cínica concesión al pasado arquitectónico del islam. Para hacerle espacio, el gobierno saudita demolió una fortaleza otomana del siglo XVIII y la colina en la que el edificio se erguía.
La torre es sólo uno de los muchos proyectos de construcción en el centro de La Meca, desde vías férreas hasta numerosos edificios altos y hoteles de lujo, y una enorme ampliación de la Gran Mezquita. El centro histórico de La Meca se está reformando hasta cobrar un nuevo perfil, que a muchos habitantes les resulta horroroso y que ha provocado críticas inusualmente ardientes contra el autoritario gobierno saudita.
"Es la comercialización de la religión", dijo Sami Angawi, un arquitecto saudita que fundó un centro de investigación de planeamiento urbano, y que ha sido uno de los críticos más acérrimos de las reformas.
"Cuanto más cerca de la mezquita, más caros son los departamentos. En las torres más caras, hay que pagar millones [por un contrato de alquiler por 25 años]", dijo. "Si uno tiene vista a la mezquita, tiene que pagar el triple."
Los funcionarios sauditas dicen que el boom de la construcción -y la demolición que conlleva- es necesario para alojar al creciente número de personas que hacen la peregrinación a La Meca, una cifra que este año ascendió a casi tres millones de fieles.
Por no ser musulmán, no se me permitió visitar la ciudad, pero muchos musulmanes con los que hablé creen que el verdadero motivo de estos planes es el dinero: el deseo de lucrar con algunos de los edificios más valiosos del mundo. Y agregan que eso ha sido facilitado por la interpretación del islam especialmente estricta que rige en Arabia Saudita, que considera gran parte de la historia posterior a Mahoma y los artefactos que produjo períodos corruptos, lo cual significa que pueden demolerse impunemente edificios de siglos de antigüedad.
Esa mentalidad divide a la ciudad sagrada de La Meca y la experiencia de la peregrinación en clases, con los ricos encerrados en los exclusivos edificios con aire acondicionado alrededor de la Gran Mezquita, y los pobres, expulsados hacia la periferia.
Como Las Vegas
El plan arquitectónico actual puede interpretarse como una parodia histórica. Junto con el gigantesco Big Ben, hay muchos otros edificios de una escala disparatada -incluida una propuesta para la proyectada ampliación de la Gran Mezquita, que empequeñece el complejo original- en diversos estilos pseudoislámicos.
Pero el aura tipo Las Vegas de estos proyectos puede desviar la atención del verdadero crimen: la manera en que están deformando lo que en todo aspecto era una ciudad muy diversa y no estratificada. La Royal Mecca Clock Tower estará rodeada por media docena de rascacielos de lujo, cada uno de ellos diseñado en un estilo que es una mezcla de Westminster y Wall Street, y asentados sobre una superficie abierta que pretende evocar los zocos tradicionales.
Como los palcos de lujo que rodean a la mayoría de los estadios deportivos, los departamentos les permitirán a los ricos observar directamente el acontecimiento desde la comodidad de sus suites sin tener que mezclarse con la vulgar turba que se desplaza allá abajo.
Es probable que estos cambios ejerzan un efecto importante sobre el carácter espiritual de la Gran Mezquita, y también sobre la trama urbana de La Meca. Mucha gente me dijo que la intensidad de la experiencia de estar de pie en el patio de la mezquita tiene mucho que ver con su relación con las montañas circundantes. Casi todas ellas representan sitios sagrados por derecho propio, y su presencia imponente infunde al espacio una poderosa sensación de intimidad.
La reforma de la ciudad también refleja la división entre los que defienden el capitalismo y los que creen que ese capitalismo debería detenerse ante las puertas de La Meca, a la que consideran la encarnación del ideal igualitario del islam.
"No queremos traer Nueva York a La Meca", dijo Angawi. "Siempre se creyó que el hadj era un momento en que todo el mundo es igual. No hay clases ni nacionalidades. Es el único lugar en el que encontramos equilibrio. Se supone que uno deja detrás todo lo mundano."
El gobierno, sin embargo, parece muy poco conmovido por esos sentimientos. Cuando mencioné las observaciones de Angawi al final de una larga conversación con el príncipe Sultan, ministro de Turismo y Antigüedades, él simplemente frunció el entrecejo. "Cuando estoy en La Meca y doy vueltas alrededor de la Kaaba, no levanto la vista."
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