Fuente: La Verdad (11/junio/2009)
Barack Hussein Obama ha sabido elegir el lugar y el tono preciso para su intento de dar la vuelta a la imagen peyorativa de Estados Unidos que ha prevalecido durante décadas en el mundo islámico. Ciertamente, después de los disparates de Bush no resultaba difícil marcar distancias con el pasado; en cambio, se alzaban mayores obstáculos para conjugar un discurso que por un lado inevitablemente tenía que estar sembrado de buenas palabras y por otro debía abordar la toma de partido en cuestiones tan espinosas como el pleito de Palestina. Obama ha sabido llevar a cabo esa convergencia, dejando claro que la sincera oferta de conciliación con el mundo musulmán iba acompañada de planteamientos inequívocos en los temas citados.
Aunque debiera ser obvio, Obama insiste en que no hay razones para que las sociedades musulmanas sientan a Occidente como enemigo en el mundo de hoy. Los grandes problemas afectan a todos y de haber zonas de conflicto, éstas se sitúan en el terreno económico. Percibe que es muy difícil dar la vuelta a una sensibilidad forjada en las últimas décadas de conflicto y por eso cree que es capital establecer una relación de confianza: «El cambio no puede suceder de la noche a la mañana. Un solo discurso no puede erradicar años de desconfianza». Y lo único que puede hacer entonces es colocar sobre la mesa aquellos elementos que le convierten en una figura excepcional a la hora de establecer un puente entre los dos mundos: la fe musulmana de su familia paterna, la vida como muchacho en una Indonesia donde a diferencia de hoy existía una convivencia entre religiones y él escuchaba cada día las llamadas a la oración, su trabajo en Chicago con comunidades donde muchos musulmanes mantenían «en dignidad y en paz» su fe.
Es el soporte para el análisis ulterior de los distintos aspectos en que resulta fundamental arraigar esa relación de confianza y fraternidad. La lección es clara mirando hacia los occidentales: el enemigo no es la fe islámica, sino el islamismo radical que se convierte en yihadismo (términos que Obama no emplea). La lucha tiene que ser entonces contra el extremismo. Por eso cree asimismo esencial que los musulmanes dispongan siempre de lugares dignos para practicar su creencia. «El Islam es una parte de América», concluye.
El tratamiento de la cuestión palestina resulta ejemplar, y ello explica la reacción favorable de tantos musulmanes, incluido inicialmente Hamás. Obama defiende la existencia del Estado de Israel, pero al mismo tiempo condena tajantemente los nuevos asentamientos y defiende el derecho de los palestinos a contar con su propio Estado. La cuestión es cómo traducir en medidas eficaces semejante propuesta, cargada de justicia, con la confirmación del «lazo inquebrantable» que une a Estados Unidos e Israel, en los tristes días en que gobierna en Jerusalén un reaccionario de las dimensiones de Netanyahu. Es magnífico escuchar de los labios de un presidente de Estados Unidos que «la situación del pueblo palestino es intolerable» y que América «no dará la espalda a la legítima aspiración palestina por la dignidad, la oportunidad y un Estado propio». Queda ahora por ver, insistimos, el modo de traducir en actos tales pensamientos. Otro tanto sucede con las excelentes reflexiones sobre la democracia.
La aprobación, incluso entusiasta, de las líneas centrales del discurso no debe excluir sin embargo algunas observaciones críticas. Dos de ellas conciernen a España. La primera es histórica, al asumir sin más el mito de Al-Andalus como edad de oro del Islam, acompañado por la increíble observación de que lo mismo tuvo lugar en tiempos de la Inquisición: «...a proud tradition of tolerance. We see it in the history of Andalusia and Cordoba during the Inquisition». Obama dice haber estudiado la historia, pero en este punto da muestra de una enorme ignorancia, que además no resulta políticamente inocua. Está bien elogiar al Islam, pero tampoco puede afirmarse que gracias a él -será a pensadores musulmanes como Averroes, heterodoxos en su racionalismo- existieron el Renacimiento ¡y la Ilustración! La segunda infracción del orden relativa a España es el olvido del papel de protagonista desempeñado por Zapatero en la Alianza de Civilizaciones: Obama sólo cita a Erdogan, acompañado en el censo de dialogantes por el rey saudí Abdalá que dista de ser un buen ejemplo como promotor del pluralismo religioso. Oportunismo se llama esta figura.
También es dura, y próxima a los planteamientos islamistas, la condena de toda actitud crítica respecto del hiyab: ve en ello «hostilidad contra cualquier religión so pretexto de liberalismo». No es éste el problema, dice, sino la falta de educación de las mujeres. Escapatoria demasiado fácil, como la alusión a que donde sigue la lucha por la igualdad es en Estados Unidos. Imaginamos lo que habrá sentido Ayaan Hirshi Alí al escuchar tales juicios y lo que pueden pensar los gobernantes laicos de nuestro país vecino. Sobran en este terreno los remakes adaptados a la esfera religiosa del ¡Vive le Québec libre! Gaullista.
Punto extraño: describir como ejemplo de convivencia religiosa plural la azora o capítulo coránico número 17 al-Irsâ, donde se plantea el viaje nocturno de Mahoma a Jerusalén (base de la sacralización musulmana de esta ciudad). El tema es desarrollado en hadices y relatos posteriores, con el significado que le da Obama de rezo conjunto de Moisés, Jesús y Mahoma. Sólo que en la Isrâ la posición de los tres no era igualitaria: en la mezquita celestial, el protagonista era sólo uno.
El lector juzgará. Sin duda, la opinión pública musulmana -muchas mujeres excluidas- saludará tales concesiones. Nada añaden, salvo posibles problemas, al planteamiento innovador que para las relaciones entre Islam y Occidente acaba de ofrecer el presidente norteamericano.
Aunque debiera ser obvio, Obama insiste en que no hay razones para que las sociedades musulmanas sientan a Occidente como enemigo en el mundo de hoy. Los grandes problemas afectan a todos y de haber zonas de conflicto, éstas se sitúan en el terreno económico. Percibe que es muy difícil dar la vuelta a una sensibilidad forjada en las últimas décadas de conflicto y por eso cree que es capital establecer una relación de confianza: «El cambio no puede suceder de la noche a la mañana. Un solo discurso no puede erradicar años de desconfianza». Y lo único que puede hacer entonces es colocar sobre la mesa aquellos elementos que le convierten en una figura excepcional a la hora de establecer un puente entre los dos mundos: la fe musulmana de su familia paterna, la vida como muchacho en una Indonesia donde a diferencia de hoy existía una convivencia entre religiones y él escuchaba cada día las llamadas a la oración, su trabajo en Chicago con comunidades donde muchos musulmanes mantenían «en dignidad y en paz» su fe.
Es el soporte para el análisis ulterior de los distintos aspectos en que resulta fundamental arraigar esa relación de confianza y fraternidad. La lección es clara mirando hacia los occidentales: el enemigo no es la fe islámica, sino el islamismo radical que se convierte en yihadismo (términos que Obama no emplea). La lucha tiene que ser entonces contra el extremismo. Por eso cree asimismo esencial que los musulmanes dispongan siempre de lugares dignos para practicar su creencia. «El Islam es una parte de América», concluye.
El tratamiento de la cuestión palestina resulta ejemplar, y ello explica la reacción favorable de tantos musulmanes, incluido inicialmente Hamás. Obama defiende la existencia del Estado de Israel, pero al mismo tiempo condena tajantemente los nuevos asentamientos y defiende el derecho de los palestinos a contar con su propio Estado. La cuestión es cómo traducir en medidas eficaces semejante propuesta, cargada de justicia, con la confirmación del «lazo inquebrantable» que une a Estados Unidos e Israel, en los tristes días en que gobierna en Jerusalén un reaccionario de las dimensiones de Netanyahu. Es magnífico escuchar de los labios de un presidente de Estados Unidos que «la situación del pueblo palestino es intolerable» y que América «no dará la espalda a la legítima aspiración palestina por la dignidad, la oportunidad y un Estado propio». Queda ahora por ver, insistimos, el modo de traducir en actos tales pensamientos. Otro tanto sucede con las excelentes reflexiones sobre la democracia.
La aprobación, incluso entusiasta, de las líneas centrales del discurso no debe excluir sin embargo algunas observaciones críticas. Dos de ellas conciernen a España. La primera es histórica, al asumir sin más el mito de Al-Andalus como edad de oro del Islam, acompañado por la increíble observación de que lo mismo tuvo lugar en tiempos de la Inquisición: «...a proud tradition of tolerance. We see it in the history of Andalusia and Cordoba during the Inquisition». Obama dice haber estudiado la historia, pero en este punto da muestra de una enorme ignorancia, que además no resulta políticamente inocua. Está bien elogiar al Islam, pero tampoco puede afirmarse que gracias a él -será a pensadores musulmanes como Averroes, heterodoxos en su racionalismo- existieron el Renacimiento ¡y la Ilustración! La segunda infracción del orden relativa a España es el olvido del papel de protagonista desempeñado por Zapatero en la Alianza de Civilizaciones: Obama sólo cita a Erdogan, acompañado en el censo de dialogantes por el rey saudí Abdalá que dista de ser un buen ejemplo como promotor del pluralismo religioso. Oportunismo se llama esta figura.
También es dura, y próxima a los planteamientos islamistas, la condena de toda actitud crítica respecto del hiyab: ve en ello «hostilidad contra cualquier religión so pretexto de liberalismo». No es éste el problema, dice, sino la falta de educación de las mujeres. Escapatoria demasiado fácil, como la alusión a que donde sigue la lucha por la igualdad es en Estados Unidos. Imaginamos lo que habrá sentido Ayaan Hirshi Alí al escuchar tales juicios y lo que pueden pensar los gobernantes laicos de nuestro país vecino. Sobran en este terreno los remakes adaptados a la esfera religiosa del ¡Vive le Québec libre! Gaullista.
Punto extraño: describir como ejemplo de convivencia religiosa plural la azora o capítulo coránico número 17 al-Irsâ, donde se plantea el viaje nocturno de Mahoma a Jerusalén (base de la sacralización musulmana de esta ciudad). El tema es desarrollado en hadices y relatos posteriores, con el significado que le da Obama de rezo conjunto de Moisés, Jesús y Mahoma. Sólo que en la Isrâ la posición de los tres no era igualitaria: en la mezquita celestial, el protagonista era sólo uno.
El lector juzgará. Sin duda, la opinión pública musulmana -muchas mujeres excluidas- saludará tales concesiones. Nada añaden, salvo posibles problemas, al planteamiento innovador que para las relaciones entre Islam y Occidente acaba de ofrecer el presidente norteamericano.
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