La Hermandad Musulmana, pacíficos pero radicales


Fuente: abc.es

Son la fuerza mejor organizada en Egipto, su patria de nacimiento. Renuncian a la violencia, pero no a la creación de un sistema islámico.
Hasta la revuelta de Egipto y la aparición de barbudos con pañuelos en las manifestaciones de El Cairo, los Hermanos Musulmanes, o simplemente la Hermandad, era para muchos una extraña sociedad secreta, extendida por decenas de países y consagrada a la predicación del retorno al califato de los siglos VII y VIII después de Cristo. A ellos se atribuyeron los primeros levantamientos islámicos en Egipto, Argelia, Siria o Sudán. Y de su costilla nació el movimiento radical palestino Hamás, que hoy gobierna en la Franja de Gaza.

Durante décadas, la Hermandad disfrutó del apoyo de la monarquía saudí, que empleó millones de petrodólares en facilitar su entrada en numerosos campus y organizaciones de Estados Unidos y Europa, donde sus predicadores dirigen centenares de mezquitas. El tono abacial de sus teóricos emigrados a Occidente —«el islam es sinónimo de paz» proclaman— contrasta con realidades menos amables. El arquitecto de los ataques del 11-S, Jalid Seij Mohamed, confesó en su día en los interrogatorios del FBI que su conversión a la «guerra santa» se produjo tras su ingreso en la Hermandad de Kuwait, a los 16 años, durante un campamento de verano.

¿Son los Hermanos Musulmanes un movimiento radical? ¿«Lobos con piel de corderos» como afirman algunos analistas? En el terreno legal, ni Estados Unidos ni los gobiernos europeos consideran hoy a la Hermandad como movimiento terrorista. En su seno nacieron algunos de los dirigentes no saudíes de Al Qaida —como el médico egipcio Al Zawahiri— y los radicales palestinos de Hamás. Pero la Hermandad como tal ha optado por la no violencia, aunque en su interior coexistan sectores más o menos extremistas.

En Egipto y en Jordania, los Hermanos Musulmanes militan a favor del establecimiento de un Estado islámico y la implantación de la Sharía, la ley del Corán. El puritanismo que predican tiene grados, pero no cuestiona «exigencias» como la separación de sexos o la prohibición del alcohol y los juegos de azar. En general, «aceptan las reglas de juego de la democracia occidental —afirma el activista tunecino de derechos humanos Kamel Jendoubi—; por eso, si se les excluye del proceso político, si se les marginaliza, se convertirán en una amenaza».

En Jordania son el único partido político legal. En Argelia participan en el gobierno del autócrata Buteflika, y han marcado una ruptura sin fisuras con los islamistas radicales del GIA y del FIS. En Egipto —su patria de nacimiento— son la fuerza mejor organizada con diferencia.

Todos a sus puestos

En este país, las protestas contra la dictadura han sido promovidas por la juventud laica, pero en materia de estructura los movimientos seculares están en mantillas. La Hermandad, en cambio, es una maquinaria muy bien engranada, que permea casi todos los sectores de la sociedad egipcia. Está presente en los pueblos, en las universidades y en el seno de los sindicatos. Controla además la Gamia Charia, la mayor asociación de beneficiencia islámica con sus 450 filiales, 6.000 mezquitas y dos millones de afiliados.

En 1987, con Mubarak ya en la Presidencia, los Hermanos Musulmanes se convirtieron en la principal fuerza opositora con 37 diputados. Su situación fue aún más halagüeña en las legislativas de 2005, en las que obtuvieron 88 diputados, una quinta parte del Parlamento. Ésta, el veinte por ciento del voto, sería su base —y para algunos también su techo— en unas elecciones libres que se celebraran hoy en Egipto, una sociedad musulmana abierta y tolerante que cuenta además con un 10 por ciento de población cristiana.

En Túnez primero y después en Egipto, las revueltas populares contra las dictaduras laicas nacieron de modo espontáneo por desesperación ante la penuria económica y la arbitrariedad de las autoridades. «Ninguna se guió por una ideología concreta de corte islamista, marxista o nacionalista, ni contaron con una cabeza visible o un líder carismático», recuerda Haizam Amirah-Fernández, investigador del Real Instituto Elcano. No fueron llamados desde la primera hora a desmantelar el sistema, pero estarán sin duda presentes en la construcción del nuevo modelo político.

Los gobiernos occidentales lo saben, y vence estos días la tesis del sector pragmático que pide una relectura más piadosa de las tesis islamistas de la Hermandad. «Se merecen la oportunidad de demostrar que son capaces de competir con otras fuerzas políticas, y posiblemente gobernar en un sistema electoral pluralista», afirma Richard W. Bulliet, profesor de la Universidad de Columbia.

Pulso interno

Mientras la Administración Obama duda sobre el camino a seguir, otras voces más pegadas al terreno ven con menos optimismo la alternativa de la Hermandad. «No han experimentado —dice Lorenzo Vidino, un experto en islam de la Rand Corporation— la evolución de Turquía. En los 90, Erdogán y Gul lograron deshacerse de la vieja guardia antidemocrática. En cambio, los Hermanos Musulmanes viven una tensión entre el sector antidemocrático y la segunda generación islamista, y no sabemos quién se impondrá al final».

El actual líder de la Hermandad, Mohamed Badie, pertenece a la vieja escuela. Recela de la participación en el juego de partidos y opta por acentuar la acción social. Por eso, lo único seguro hoy en la Hermandad es su rechazo a la vía violenta o terrorista. Y, por supuesto, su interés por sabotear el tratado de paz con Israel.

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