Islam e inmigración

Fuente: WebIslam

La presencia del islam nos conduce a una reflexión y a un replanteamiento sobre nuestra identidad como país.

La siguiente reflexión toma como punto de partida el análisis de la inmigración musulmana en España. No se trata sin embargo de un análisis de carácter sociológico, sino de una reflexión política, centrada en las ambigüedades que se derivan de los usos discursivos de dualidades como ciudadanía-extranjería, libertad religiosa y comunitarismo, nacionalidad y pertenencia, diversidad cultural y cultura dominante… Una serie de conceptos o enunciados que aparecen habitualmente mezclados en los discursos sobre la presencia del islam en Europa, pero que es necesario discernir.

Lo primero que quiero poner sobre la mesa es el peligro derivado de vincular islam e inmigración

Es necesario hablar de inmigración al hablar de la presencia del islam en Europa, por el hecho evidente de que la mayoría de los musulmanes europeos son inmigrantes o descendientes de inmigrantes en segunda, tercera o cuarta generación. Pero, al hacerlo, debemos ser conscientes de que la vinculación entre islam e inmigración es problemática, e incluso constituye una trampa, en la medida en que desplaza el debate de una cuestión de derechos fundamentales a una cuestión de extranjería.

En efecto, no es lo mismo hablar de los derechos de un colectivo inmigrante que del derecho de determinados ciudadanos a ejercer la libertad religiosa. En el primer caso está implícita la cuestión de los límites de la diversidad cultural y la integración de los extranjeros en la cultura dominante. En el segundo caso se trataría del ejercicio de un derecho fundamental, recogido en todas las legislaciones europeas, los convenios internacionales y la declaración universal de los derechos humanos.

Hablando con propiedad, al hablar de la presencia del islam en Europa nos estamos refiriendo a la presencia de millones de ciudadanos europeos de confesión musulmana, y del islam como de una religión cuyos seguidores deben tener los mismos derechos que cualquier otro ciudadano, incluidos derechos básicos como el abrir lugares de culto, tener acceso a la alimentación halal, a celebrar sus festividades religiosas o ser enterrados según las propias convicciones.

Ejemplo: dificultades para establecer mezquitas

En la mayoría de los planteamientos sobre el desarrollo de los derechos religiosos de los musulmanes en España, se pone el acento en el hecho de que los musulmanes son extranjeros, y sus reivindicaciones religiosas son consideradas desde esta perspectiva. Casos típicos son los relativos al hiyab, a la alimentación halal o a ser enterrado según el rito islámico en los cementerios públicos. Se trata de derechos reconocidos como tales en la legislación vigente (Ley del Acuerdo de Cooperación entre el Estado español y la Comisión Islámica de España), pero que suscitan el rechazo de parte de la población. El discurso recurrente es el de la necesidad de que los musulmanes se adapten a los usos del resto de la población, y no traten de imponer sus costumbres.

Tal vez el caso más paradigmático de cómo esta equiparación entre musulmán y extranjero puede tener efectos nocivos en el normal desarrollo de la libertad religiosa sea el de las dificultades que tienen los musulmanes para abrir mezquitas en España. No nos referimos a los problemas económicos, sino a las oposiciones vecinales a la apertura de mezquitas, que han entorpecido de manera recurrente los intentos de establecer lugares de culto musulmán en la última década, llegando a condicionar la política de numerosos ayuntamientos al respecto.

Al ser el aspecto más visible de la presencia del islam, este tema genera tensiones. En el momento que una comunidad pretende abrir una mezquita, se ve enfrentada a las protestas de los vecinos, mediatizados por la campaña en contra del islam, los temores producidos por el terrorismo, y un miedo irracional al extranjero. O, más prosaicamente, por temor a la pérdida del valor de sus viviendas. Durante la última década, encontramos en España más de 50 casos de oposiciones vecinales organizadas a la apertura o a la propia existencia de mezquitas. En muchos de estos casos las oposiciones vecinales han logrado su objetivo, y los musulmanes se han quedado sin mezquitas, o han sido relegados a polígonos industriales alejados del núcleo urbano.

La reiterada confusión entre el factor religioso y el fenómeno migratorio dificulta la visualización de las reivindicaciones de los musulmanes en términos de derechos civiles de un colectivo de ciudadanos en el marco de un Estado de derecho. Aquí aparece también el argumento de la reciprocidad, según el cual los musulmanes son considerados no únicamente en cuanto a extranjeros, sino en cuanto a súbditos y co-responsables de las políticas de los países que han dejado atrás, o incluso de países con los cuales no han tenido jamás contacto alguno.

El siguiente aspecto que quiero poner sobre la mesa es la cuestión de las identidades nacionales

Me refiero al hecho de que en muchos de los discursos sobre el islam en Europa existe una ambigüedad entre el concepto jurídico de la nacionalidad y el concepto cultural de pertenencia a una nación, entendida en términos de una cultura autóctona dominante con hondas raíces históricas, generalmente vinculada a las mitologías fundacionales de los Estados europeos.

Más allá de las discriminaciones derivadas de la exclusión de la ciudadanía, existe una dimensión ideológica anterior, que conduce a la exclusión que sufren muchos inmigrantes musulmanes de los mecanismos de interacción y de socialización propios de la cultura dominante. En este caso podemos hablar de una exclusión cultural e identitaria: en el concepto de soberanía nacional propio de los orígenes del Estado-nación, la legitimidad de este se debe a que es el depositario de la soberanía popular, entendida desde una perspectiva étnica y en determinadas ocasiones incluso religiosa.

Esta confusión nos ayuda a entender el hecho de que la conexión establecida entre islam e inmigración se hace a menudo extensiva a las segundas, terceras e incluso cuartas generaciones, hijos y nietos de inmigrantes, pero ya naturales del país. En este caso, se pone en evidencia que detrás del concepto jurídico de ciudadanía todavía se deja ver el paradigma biológicamente entendido de nacionalidad, como persona que pertenece a una determinada tierra por su nacimiento y por su vinculación a una historia nacional, y que por lo tanto tiene un derecho prioritario. Es esta ambigüedad fundamental la que dificulta de manera radical la inclusión de los inmigrantes musulmanes.

Nos encontramos con la incapacidad de aceptar que existen ciudadanos musulmanes nacidos en España, y por lo tanto españoles de pleno derecho, con derechos religiosos idénticos a los católicos. Esta incapacidad es un síntoma de que se sigue pensando en términos culturalistas, pretendiendo que existe una cultura dominante a la cual todo el mundo ha de asimilarse.

Islamofóbia

La vinculación entre musulmán y extranjero traza una frontera entre el islam y la cultura autóctona, de modo que los musulmanes quedarían necesariamente excluidos de la misma. En los últimos años nos encontramos con una radicalización de estos discursos, que es basan en una concepción decimonónica del concepto de ciudadanía y consideran al islam como religión refractaria a la modernidad occidental. Pensadores como Giovanni Sartori han llegado a proponer la creación de la figura jurídica de la ciudadanía ‘revocable’, que seria aplicada a aquellos ciudadanos que han logrado la nacionalidad pero que se consideran ‘no integrados’ en la cultura dominante. En otras ocasiones el propio Sartori ha declarado que considera a los musulmanes como colectivos ‘difícilmente integrables’. Sin tener en cuenta que muchos de ellos pueden ser conversos al islam o naturales del país.

Se considera que el islam es esencialmente contrario a los valores encarnados por la cultura dominante. De ahí se derivan patologías sociales como son la islamofobia y el comunitarismo, entendido como cierre identitario y construcción de una subcultura al margen de la cultura dominante. Dialéctica centro/periferia: las mezquitas son expulsas del centro urbano hacia polígonos industriales inaccesibles. Al mismo tiempo, se exige a los musulmanes la plena adhesión a los valores del centro urbano. No hay otro lenguaje válido que no sea el de la cultura dominante. Los extranjeros se ven obligados a aceptar unas normas de juego (un lenguaje) impuesto y pensado en términos de la cultura dominante, presentada como portadora de valores universales, el rechazo de los cuales es visto como comunitarismo.

De ahí se derivan las discriminaciones que sufren los ciudadanos musulmanes de origen inmigrante, recogidas en el informe de la OSCE sobre la situación de los Musulmanes en la UE. Los datos disponibles indican que los musulmanes europeos suelen estar desproporcionadamente representados en zonas con peores condiciones de vivienda, mientras que sus logros académicos están por debajo de la media y sus tasas de desempleo por encima de la media. Los musulmanes suelen ocupar puestos de trabajo que requieren una menor cualificación. Como grupo, están desproporcionadamente representados en los sectores menos remunerados de la economía.

Resistencia identitaria

Los mecanismos de exclusión no únicamente generan excluidos, lo cual es evidente, sino también favorecen determinadas dinámicas internas dentro de los colectivos marginados. La violencia (ideológica) de la cultura dominante genera la violencia de las subculturas que se desarrollan a sus márgenes. En el supuesto de que éstas tengan factores de cohesión internos lo suficientemente fuertes, llegan a confrontar la ideología de la exclusión con un discurso interno de ruptura con la cultura dominante.

La exclusión social, cultural y religiosa tiene pues su contraparte o su espejo en la tendencia de algunos musulmanes a segregarse, a generar medios de comunicación alternativos, comercios, lugares de encuentro, pautas de conducta que no estén bajo el control de la cultura dominante. Se generan dinámicas de cierre identitario, el síntoma más claro del cual es el trazado de una frontera mental entre los “propios valores” y "los valores de occidente”. En este caso, el islam ofrece una identidad fuerte como factor de cohesión interna de la comunidad excluida. Con ello se pierde su dimensión espiritual profunda.

Todo esto nos conduce a considerar la confusión entre diversidad cultural y pluralismo religioso

En este punto la confusión es más problemática si cabe, ya que es no es propia únicamente de la cultura dominante, sino que es en muchas ocasiones compartida por los propios musulmanes. Y es justo este punto donde la confusión genera las mayores distorsiones, en la medida en que determinadas cuestiones que son presentadas como una cuestión de identidad religiosa no siempre son necesariamente tal cosa, aunque desde un punto de vista antropológico resulte prácticamente imposible separar lo uno de lo otro.

Cultura e islam no son dos fenómenos que se puedan poner en un mismo plano. Uno hace referencia a las manifestaciones artísticas, de folclore, literarias, gastronómicas, musicales, etc., que se han desarrollado en una zona concreta del planeta, y la otra a una religión universal, que se ha manifestado a lo largo de todo el planeta, en contextos culturales muy diversos. En la España del siglo XXI, encontramos a pakistaníes inmigrados del Punjab, que descubren con cierta sorpresa que son culturalmente más próximos a los hindúes del Punjab que no a los musulmanes subsaharianos. La propia existencia de españoles conversos al islam constituye una muestra viviente no sólo de que la cultura española es compatible con el islam, sino de que desde la cultura española se puede llegar al islam, en la medida en que esta sea una cultura abierta a valores universales. En este caso ya no hablamos de multiculturalidad, como en el caso de los inmigrantes originarios de países mayoritariamente musulmanes, ni del encaje del islam en la cultura autóctona. Hablamos de otra cosa: de libertad de conciencia, uno de los pilares del sistema democrático, y de la posibilidad de ser culturalmente español y espiritualmente musulmán.

En este punto la dificultad para discernir son si cabe mayor que en los aspectos anteriores. El hecho de que la religión, siendo universal, es vivida en lo particular, y por tanto no puede separarse de unas determinadas formas culturales. Pero eso no quiere decir que la forma culturalmente condicionada en que las personas viven su religión sea la única posible, sino justamente lo contrario: quiere decir que no existe una forma pura y descontextualizada de vivir la religión.

Islam y cohesión social

Este discernimiento teórico entre cultura y religión nos ayuda a encontrar respuestas a la problemática planteada, en la medida en que pone sobre la mesa la imposibilidad de separar de facto la religión de la cultura. Siempre que hay religión, esta se configura bajo unos determinados parámetros culturales. Esto puede ser un problema, en la medida en que se plantee el islam en términos de oposición a la cultura dominante. Pero al mismo tiempo puede ser una solución, en la medida en que nos hace conscientes de que toda vivencia del islam es relativa al lugar en que se vive, y por tanto nos ofrece la posibilidad de contextualizar el islam en el contexto de las sociedades europeas del siglo XXI.

Nos situamos pues ante dos respuestas posibles y opuestas a la misma problemática. Cuando se rechazan los valores de consenso en nombre del islam, podemos hablar de un fracaso compartido entre los musulmanes y la sociedad de acogida. En algún lugar del proceso de integración algo ha fallado. El fracaso puede ser achacado a varios factores.

• Fracaso de las políticas públicas, que tienden a ver a los ciudadanos musulmanes como extranjeros. Connivencia con países de origen.
• Fracaso de la sociedad de acogida. Rechazo del islam en base a argumentos de preferencia nacional, basado en un concepto étnico de la ciudadanía. Dificultades de aceptar el pluralismo.
• Fracaso de los propios colectivos musulmanes, en la medida en que vinculan su práctica religiosa a elementos culturales y son incapaces de contextualizar el islam en la sociedad en la que viven.

Este es el círculo vicioso en el cual muchos inmigrantes musulmanes en Europa se hallan atrapados. La pregunta clave, en este punto, sería la siguiente: ¿Cómo se pasa de ser un inmigrante a ser un ciudadano? O mejor: ¿cuáles son los valores que dan cohesión a una sociedad democrática contemporánea, más allá de las narrativas históricas decimonónicas? A principios del siglo XXI parece claro que las narrativas tradicionales de formación de las identidades nacionales no nos sirven como instrumento para lograr la cohesión social, sino todo lo contrario. En un sistema democrático, ninguno de los campos en los cuales existen identidades diversas puede erigirse en un elemento válido para definir la identidad colectiva. Esto es aplicable a la raza, la religión y la ideología. Un país que sitúa lo étnico como un fundamento de su cohesión, es un Estado racista. Un país que sitúa por encima una ideología es un Estado totalitario. Un país que sitúa una religión como fundamento es un Estado teocrático. Esto conduce a la exclusión de quienes no profesan dicha religión, creando una fractura en el seno de la sociedad.

Frente a estos modelos, la cohesión de una sociedad democrática solo puede estar basada en valores de corte universal, como son la propia democracia, los derechos humanos, la libertad de conciencia, la justicia social y la igualdad de género. Estos son los principios éticos y jurídicos a través de los cuales es posible lograr la cohesión social, con independencia de la religión, la etnia o la ideología de cada ciudadano.

Se trata en definitiva de romper con las dinámicas de marginación en marcha y de favorecer aquellas dinámicas que propicien la transformación del inmigrante musulmán en un ciudadano musulmán, plenamente integrado en su sociedad. Frente a los mecanismos de exclusión es necesario generar mecanismos de inclusión, lo cual afecta al reconocimiento del islam como parte de la cultura del país. No es únicamente a través de la consecución de los derechos jurídicos como se consigue una sociedad más cohesionada e inclusiva. La inclusión no pasa por dar el derecho del extranjero de asimilarse a la cultura dominante, sino por dar y ayudar a ejercer el derecho de participar desde su cultura en todos los mecanismos de cohesión.

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